Os invito a la siguiente reflexión: Esta reflexión nace desde mi Interior y deseo que la analicéis desde vuestro Yo Interior.
La Atlántida no es sólo una leyenda. La Atlántida pertenece a nuestro pasado más reciente, a partir del cual el “hombre”, el ser humano, como en una torre de Babel perdió su rumbo Cósmico, pasando a ser el “experimento” Biológico de todo el Cosmos, con intervención de “seres más adelantados, evolucionados, o, como muchos llaman, ‘hermanos mayores’ ”, o para otros, la intervención directa de Jehová, el Diluvio universal…
¿Qué sucedió? Probablemente a esto nos lo podamos responder cuando, de forma real, deje de corroernos como un “gusano” la curiosidad de nuestro “origen”. Muchos creen que hallando esos principios, esos eslabones, se podrán autorresponder sobre la propia razón de su existencia.
Tengo una “teoría” al respecto, que más que teoría es una convicción de lo que ahora mismo estamos haciendo en esta Nave de Agua suspendida en el Cosmos, esta Nave sembrada de Vida Inteligente (no me refiero a nosotros, meros imitadores un poco más avanzados que los “monos”)… Una Inteligencia Perfecta que está marcada por los Latidos de la Ley de la Creación y la Existencia Cósmica; me refiero a la Madre, la Madre Naturaleza… Pensadlo por unos instantes,… sin Ella… nosotros no existiríamos ni existiría ninguna otra forma de Vida… Todo está perfectamente entrelazado… nosotros somos sólo las criaturas “biológicas” en “prueba” a partir de la biología misma… somos las criaturas puestas a “prueba” a través de nuestro “libre albedrío”, para saber Qué Falla a partir de una criatura biológica a la que se le ha dotado de cierta “independencia” para poder re-crear o copiar u observar a la Madre, y a través de ella, la inmensa Magnitud de toda la Creación… Bien, estamos al borde, los signos están aquí… y… desgraciadamente la magnitud de majadería cerebral de la que nos han hecho (o intentado hacer) herederos, es probable que sea el marcador, más pronto que tarde, de que este “experimento” ha llegado a su término y pronto se tendrán que “segar y escoger” los frutos buenos de los malos. Aquí lo dejo por ahora, ya que cada vez esto está más y más claro en mi interior… Desde mi óptica de humana, es decir, Nada dentro de la Existencia, esta humanidad de ahora ha fracasado y ha llegado a su fin, pero tal vez sea algo «más» que eso. Es probable que ya hayamos llegado al término de donde se deseaba llegar para dar el próximo Salto hacia la Evolución menos materialista o que integre-mos nuestra Esencia Espiritual.
Volviendo a la Atlántida, el “misterio” que para muchos sería la clave de la “civilización mayor” perdida y el por qué de nuestro “castigo” y expulsión del paraíso: La verdad es que a través de lo que he ido leyendo, no sólo sobre la Atlántida, sino de otras informaciones que he podido ir entrelazando en mi interior, había llegado a la misma conclusión a la que otros ya han o habían llegado, y que se encaja a la perfección con todo lo sucedido hace nada de miles de años. Para el Cosmos, para la Inteligencia Creadora, nuestro “tiempo” apenas significa nada, el “tiempo” es una marca bajo la cual nos debatimos ahora toda la Creación biológica, donde unas Criaturas existen en más cantidad que otras (si las dejan sin exterminar), excepto el tiempo finito de nuestra especie, sujeta a esa cadena hasta que no alcance a bordear y a Ejecutar la gran Labor para la que hemos sido Creados. Esta labor no es, ni mucho menos, la ESCLAVITUD… en la Inmensidad de la Creación no existe la “propiedad” ni la esclavitud, todo está Sincronizado a la Perfección, y nosotros, como seres creados biológicamente, a fin de poder contemplar la Magnitud misma de la Inteligencia Infinita, estamos llamados a sintetizar, a “materializar” lo que más allá no podemos (ahora) definir por no sernos palpable… la Inmensidad de todo lo Visible y su concatenación con lo Invisible. Todo Somos Uno.
El “castigo” vino dentro de ese devenir del “tiempo”, cuando parecía que las criaturas creadas eran “perfectas” y vivían en armonía, hubo algo que adquirió fuerza y estas mismas “criaturas” desearon emular a la Infinita Inteligencia de nuestra Creación. Se sintieron “dueños” y poseedores de una inmensidad (finita) donde poder campar a sus anchas y poder hacer y deshacer según sus conveniencias,… y según estas conveniencias olvidaron tantas cosas que sobrevino ese primer (o quizás no, que es lo más seguro) aviso de su levedad, de su fragilidad,… Está claro que el “castigo” tampoco sirvió de mucho, porque rehecho el género humano y habiéndose multiplicado lo ha hecho en el sentido depredador y destructor de absolutamente Todo… y aún y así, todavía se sigue (nos seguimos) creyendo el “rey” del mambo con todas estas absolutas bestialidades que ahora estamos “viviendo” en nuestras temporeras carnes.
Os voy a extraer parte de un libro de Andrew Thomas: Los Secretos de la Atlántida, en él se expone todo lo que deseo exponeros y que para mí es, fue, el fin de algo torcido y el inicio de una humanidad disminuida, proyectada como una criatura a la que hubo que aleccionar de ahí en adelante para no entrar en más errores… Los resultados ya los conocemos todos y todas:
Timeo y Cridas, de Platón, contienen una crónica de la Atlántida. Se la atribuye a Solón, legislador de la antigua Hélade, que viajó a Egipto hacia el 560 a. de JC.
La asamblea de los sacerdotes de la diosa Neith de Sais, protectora de las ciencias, reveló a Solón que sus archivos se remontaban a millares de años y que se hablaba en ellos de un continente situado más allá de las Columnas de Hércules y engullido por las aguas hacia el 9560 a. de JC.
Platón no comete el error de confundir la Atlántida con América; dice claramente que existía otro continente al oeste de la Atlántida. Habla de un océano que se extiende más allá del estrecho de Gibraltar y dice que el Mediterráneo «no es más que un puerto». En este océano —el Atlántico—, sitúa una isla-continente más extensa que Libia y Asia Menor reunidas.
Cuenta que en el centro del Atlántico existía una fértil llanura protegida de los vientos septentrionales por altas montañas. El clima era subtropical, y sus habitantes podían recoger dos cosechas al año. El país era rico en minerales, metales y productos agrícolas.
En la Atlántida, florecían la industria, los oficios y las ciencias. El país se enorgullecía de sus numerosos puertos, canales y astilleros. Al mencionar sus relaciones comerciales con el mundo exterior. Platón sugiere el empleo de barcos capaces de atravesar el Océano.
Los habitantes de la Atlántida construían sus edificios con piedras rojas, blancas y negras. El templo de Cleito y de Poseidón estaba decorado con ornamentos de oro; los muros eran de plata; una muralla de oro lo rodeaba. Allí es donde los diez reyes de la Atlántida celebraron sus reuniones.
Según los datos de Platón, 1.210.000 hombres estaban alistados en el ejército y en la marina. Partiendo de esta cifra, había que admitir que la población entera se elevaba a un buen número de millones. Durante el último período de la historia de la Atlántida de que habla Platón, la nación se hallaba gobernada por los descendientes reales de Poseidón. Poco antes de su desaparición, el Imperio atlante se lanzó por los caminos del imperialismo, con la intención de extender sus colonias al Mediterráneo.
A juzgar por el relato de Platón, parecería, no obstante, que en una época anterior los atlantes se mostraban sabios y afables. Según él, «despreciaban todo, a excepción de la virtud». No daban gran importancia a «la posesión del oro y de otras propiedades, que les parecían una carga; no estaban intoxicados por el lujo, y la riqueza no les hacía perder el sentido». Los hombres de la Atlántida ponían la camaradería y la amistad por encima de los bienes terrestres. Teniendo en cuenta este desprecio a la propiedad privada y esta sociabilidad, ¿es lícito suponer que los atlantes aplicaban ya, en aquellos extinguidos tiempos, un sistema de socialismo? Si es así, ello explicaría la existencia de una economía sin dinero en el país de los incas, puesto que, según todos los indicios, el Perú era una porción del Estado atlante.
Según las Geórgicas, de Virgilio, y las Elegías, de Tíbulo, la tierra era en la Antigüedad propiedad común. El recuerdo de una democracia que habría existido antaño en la antigua Grecia y en la antigua Roma se perpetuó en las fiestas de las saturnales, en las que amos y esclavos bebían y danzaban juntos durante un día entero.
En su Engidu, de cinco mil años de antigüedad, y en su poema de Uttu, los sumerios se lamentan de la desaparición de una estructura social en la que «no había mentira, ni enfermedad, ni vejez».
Platón evoca la decadencia moral de los atlantes, que se produjo cuando ganaron terreno la avaricia y el egoísmo.
Fue entonces cuando Zeus, «viendo que una raza memorable había caído en un triste estado» y que «se alzaba contra toda Europa y Asia», resolvió infligirle un castigo terrible. Según el filósofo griego, «los hombres animados de un espíritu guerrero se hundieron en la tierra, y la isla de la Atlántida desapareció del mismo modo, engullida por las aguas».
Previendo la actitud escéptica de sus futuros lectores, Platón afirma que su historia «aun pareciendo extraña, es perfectamente verídica». En nuestros días, su relato se ve cada vez más firmemente confirmado por los datos de la Ciencia.
La exploración del lecho del Atlántico nos revela la existencia de una cresta que se extiende de Norte a Sur en medio del Océano. Las Azores podrían ser los picos de esas montañas sumergidas que, según el relato de Platón, protegían la llanura central de los vientos fríos del Norte. Cuando Critias nos habla de las casas atlantes construidas con piedras negras, blancas y rojas, su indicación está confirmada por el descubrimiento de terrenos calcáreos blancos y rocas volcánicas negras y rojas en las Azores, últimos restos de la Atlántida.
La Atlántida y la ciencia: Las nociones adquiridas por la ciencia actual nos confirman la posibilidad de una existencia anterior, en medio del Atlántico, de un centro de elevada civilización. V. A. Obruchev, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, sustenta desde hace tiempo la opinión de que la Atlántida «no era ni imposible ni aceptable desde el punto de vista de la geología». De hecho, ha tenido el valor de afirmar, además, que la práctica de sondeos en la zona septentrional del océano Atlántico «podría revelar, bajo las aguas, ruinas de edificios y otros restos de una antigua civilización)».
El profesor N. Lednev, físico y matemático moscovita, ha llegado, tras veinte años de investigaciones, a la conclusión de que la fabulosa Atlántida no puede ser considerada como un simple mito. Según él, documentos históricos y monumentos culturales de la Antigüedad nos demuestran que la Atlántida «era una inmensa isla de centenares de kilómetros de extensión, situada al oeste de Gibraltar». Otro representante de la ciencia soviética, Catalina Hagemeister, escribía, en 1955, que, habiendo llegado hace diez o doce mil años las aguas del Gulf Stream al océano Ártico, la Atlántida debió de haber sido la barrera que desvió la corriente hacia el Sur. «La Atlántida explica la aparición del período glaciar. La Atlántida era también la razón de su fin», afirmaba.
Groenlandia está cubierta por una capa de hielo de unos 1.600 metros de espesor que no se funde jamás. Y, sin embargo, Noruega, que se halla situada en la misma latitud, posee en verano una rica vegetación. El Gulf Stream calienta a Escandinavia y al resto de Europa, y a esta corriente cálida se la designa, con justicia, la «calefacción central» de nuestro continente.
Realizando sondeos en el lecho del Atlántico ecuatorial, el buque sueco Albatross descubrió, a más de 3.219 metros de profundidad, rastros de plantas de agua dulce. El profesor Hans Petterson, jefe de la expedición, expuso la opinión de que una isla había sido engullida en aquel lugar.
Los foraminíferos son minúsculos animales marinos testáceos, o recubiertos por una concha. Existen dos géneros principales de ellos, los Globorotalia menardii y los Globorotalia truncatulinoides. El primero se caracteriza por una envoltura de concha que gira en espiral hacia la derecha; habita en aguas cálidas. La concha del segundo gira hacia la derecha, y puede existir también en las aguas frías del océano. Estos dos géneros de animales marítimos pueden servir, así, como indicadores de clima cálido o frío. El tipo cálido no aparece en ningún lugar por encima de una línea que se extiende desde las Azores a las Canarias. El foraminífero de agua fría se halla en el cuadrilátero nororiental del Atlántico.
La zona media del Atlántico, desde el África occidental a la América central, está poblada abundantemente por el tipo cálido de los globorotalia menardii. No obstante, el tipo frío hace su reaparición en el Atlántico ecuatorial. Parece como si la especie de foraminíferos de agua templada hubiera penetrado a través de una barrera en dirección al Este. ¿No era la Atlántida esta barrera?
Los trabajos científicos emprendidos en los Estados Unidos por el Observatorio Geológico Lamont han permitido la realización de un importante descubrimiento basado en la distribucion de foraminíferos: hace una decena de millares de años se produjo en el Atlántico un súbito calentamiento de las aguas en la superficie oceánica. Lo que es más, la transformación del tipo «frío» de foraminíferos en tipo «caliente» no duró más de un centenar de años. No podría, pues, soslayarse la conclusión de que hacia el año 8000 a. de JC. se produjo en el océano Atlántico un cierto cambio catastrófico del clima.
En el curso de un sondeo submarino efectuado en 1949 por la Sociedad Geológica de América, se extrajo del lecho del Atlántico, al sur de las Azores, una tonelada de discos de piedra caliza. Su diámetro medio era de 15 centímetros, y su grosor de 3,75 centímetros. Estos discos poseían en su centro una extraña cavidad; eran relativamente lisos por fuera, pero sus cavidades presentaban un aspecto rugoso. Estos «bizcochos de mar», difíciles de identificar, no parecían ser de formación natural. Según el Observatorio Geológico Lamont (Universidad de Columbia), «el estado de litificación de la piedra caliza permite suponer que pudo litificarse en condiciones subaéreas en una isla situada en medio del mar hace doce mil años».
Si queremos fijar la fecha de la desaparición de la Atlántida, no debemos olvidar que la edad de la garganta del Niágara, de la desembocadura del río en la cascada actual, se remonta a 12.500 años. Es también un hecho conocido que la elevación de la cordillera alpina hasta una altura de 5.700 metros se produjo hace unos diez mil años.
El empleo de carbono radiactivo para determinar las fechas de diversos materiales ha producido resultados muy significativos. En otro tiempo, existió en las Bermudas un extenso bosque de cedros que se encuentra en la actualidad bajo las aguas. Las pruebas realizadas con carbono 14 nos revelan que el bosque desapareció de la superficie hace unos once mil años. Se ha podido comprobar que un montón de barro del lago Knockacran, en Irlanda, perteneciente a la última capa de hielo, tenía una edad de 11.787 años. Un bosque de abetos próximo a Two Creeks, en Wisconsin, fue destruido por el avance de los glaciares hace unos once mil años. También hace unos 10.800 años que bloques movedizos de hielo arrancaron grupos de abedules existentes en el norte de Alemania.
La determinación por el carbono radiactivo de la edad de la civilización de Jericó nos da la fecha de 6800 a. de JC. Se han encontrado en este lugar reproducciones artísticas en yeso de cráneos de hombres de un tipo egipcio bastante refinado que vivían allí hace ocho mil años.
De todas estas fechas se desprende que hace once o doce mil años se produjo una penetración menor de capas glaciares. Tras este último avance de los glaciares provenientes del Polo, el clima volvió a calentarse. Hacia el año 8000 a. de JC, en la Era llamada mesolítica, la capa de hielo se retiró y se abrieron nuevas tierras para los hombres, los animales y las plantas.
A modo de recapitulación, puede decirse que los climas adquirieron sus rasgos característicos actuales entre el año 10000 y el 8000 a. de JC. Europa y América del Norte pudieron gozar de una atmósfera considerablemente más templada que en el pasado. …La teoría de la Atlántida, según la cual el continente desaparecido habría impedido el acceso del cálido Gulf Stream hacia el Norte, trataría de explicar este cambio de clima.
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El día del juicio final: El poeta romano Ovidio nos da, al describir el Diluvio, la continuación de la crónica inconclusa de Platón:
«Había antaño tanta maldad sobre la Tierra, que la Justicia voló a los cielos y el rey de los dioses decidió exterminar la raza de los hombres… La cólera de Júpiter se extendió más allá de su reino de los cielos. Neptuno, su hermano de los mares azules, envió las olas en su ayuda. Neptuno golpeó a la tierra con su tridente, y la tierra tembló y se estremeció… Muy pronto, no era ya posible distinguir la tierra del mar. Bajo las aguas, las ninfas Nereidas contemplaban, asombradas, los bosques, las casas y las ciudades. Casi todos los hombres perecieron en el agua, y los que escaparon, faltos de alimentos, murieron de hambre.»
Por las leyendas del antiguo Egipto sabemos que el dios de las Aguas, Nu, incitó a su hijo Ra, dios del Sol, a destruir completamente a la Humanidad cuando las naciones se rebelaron contra los dioses. Debe concluirse de ello que esta destrucción fue realizada mediante una inundación decretada por Nu, señor de los mares.
Un papiro de la XII dinastía, de tres mil años de antigüedad, que se conserva en el Ermitage de Leningrado menciona la «Isla de la Serpiente» y contiene el siguiente pasaje: «Cuando abandonéis mi isla, no la volveréis a encontrar, pues este lugar desaparecerá bajo las aguas de los mares.»
Este antiguo documento egipcio describe la caída de un meteoro y la catástrofe que siguió: «Una estrella cayó de los cielos, y las llamas lo consumieron todo. Todos fueron abrasados, y sólo yo salvé la vida. Pero cuando vi la montaña de cuerpos hacinados estuve a punto de morir, a mi vez, de pena.»
Es casi imposible hacerse una idea exacta de los trastornos geológicos que destruyeron la Atlántida. Pero el folklore y las escrituras sagradas de numerosas razas nos proporcionan un cuadro dramático de la catástrofe.
El canto épico de Gilgamés, de hace cuatro mil años, contiene un relato detallado del Diluvio y deplora el fin de un pueblo antiguo con las palabras siguientes: «Hubiera sido mejor que el hambre devastara el mundo, y no el Diluvio.»
La Biblia contiene el relato del arca de Noé que se salvó del gran Diluvio. En el libro de Enoc, el patriarca que previno a Noé del inminente desastre antes de subir él mismo vivo al cielo, encontramos significativos pasajes referentes al «fuego que vendrá del Occidente» y a «las grandes aguas hacia Occidente».
Hace tan sólo dieciocho siglos, Luciano escribió una historia muy curiosa que ilustra la supervivencia en el mundo antiguo de la tradición del gran Diluvio.
Los sacerdotes de Baalbek (hoy en territorio libanés) tenían la singular costumbre de verter agua de mar, obtenida en el Mediterráneo, en la grieta de una roca cercana al templo, a fin de perpetuar el recuerdo de las aguas del Diluvio, que habían desaparecido por allí; la ceremonia debía conmemorar igualmente la salvación de Deucalión. Para conseguir esta agua, los sacerdotes tenían que realizar un trayecto de cuatro días hasta las orillas del Mediterráneo, y otros tantos de regreso hasta Baalbek.
Es de notar que esta cavidad se encuentra en la extremidad septentrional de la gran hendidura que se extiende en dirección meridional hasta el río Zambeze. Este rito sagrado podría testimoniar la persistencia del recuerdo de un gran cataclismo en la memoria popular.
Una narración difundida entre los bosquimanos menciona una vasta isla que existía al oeste de África y que fue sumergida bajo las aguas. Es una de las numerosas leyendas que hablan de la desaparición de la Atlántida.
Al otro lado del Atlántico existen igualmente testimonios extraordinarios de un cataclismo mundial. Ello debería parecer natural si se admite que la Atlántida estaba unida por lazos comerciales y culturales, no sólo a Europa y África, sino también a las Américas.
Un códice maya afirma que «el cielo se acercó a la tierra, y todo pereció en un día: incluso las montañas desaparecieron bajo el agua».
El códice maya, llamado «de Dresde», describe de forma gráfica la desaparición del mundo. En el documento se ve una serpiente instalada en el cielo, que derrama torrentes de agua por la boca. Unos signos mayas nos indican eclipses de la Luna y del Sol. La diosa de la Luna, señora de la muerte, presenta un aspecto terrorífico. Sostiene en sus manos una copa invertida de la que manan las olas destructoras.
El libro sagrado de los mayas de Guatemala, el Popol Vuh, aporta un testimonio del carácter terrible del desastre. Dice que se oía en las alturas celestes el ruido de las llamas. La tierra tembló, y los objetos se alzaron contra el hombre. Una lluvia de agua y de brea descendió sobre la tierra. Los árboles se balanceaban, las casas caían en pedazos, se derrumbaban las cavernas y el día se convirtió en noche cerrada.
El Chüam Balam del Yucatán afirma que, en una época lejana la tierra materna de los mayas fue engullida por el mar, mientras se producían temblores de tierra y terribles erupciones.
Antiguamente, vivía en Venezuela una tribu de indios blancos llamados parias, en un pueblo que llevaba el significativo nombre de «Atlán». Esa tribu mantenía la tradición de un desastre que había destruido a su país, una vasta isla del océano.
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Estos son unos extractos de la mencionada obra escrita por Andrew Thomas. Esto no es ciencia ficción. Léase con el Corazón de vuestra Alma, ya que la sagrada intención radica en que, estos ciclos, según mi pobre entender ni siquiera los marca la “casualidad” sino la causalidad. Y, a mi pobre entender, por lo leído de diversos autores, los Ciclos ni siquiera los marca nuestra Madre Tierra. Hay un Latir, igual que late nuestro Corazón… Un Latir del Corazón de nuestro Sistema Solar: el SOL. El Sol, esa misteriosa Estrella, nos da la Vida de una forma que no nos explicamos… el resto lo pone la Madre. Nuestro Planeta Agua parió a la Madre y en ella nos debatimos como en un Caldo Cósmico donde el Tiempo para ella y para el Cosmos no significa NADA, pero para nosotros, lo es todo. Y lo es todo porque nuestro corto y torpe entendimiento no quiere dar su brazo a torcer. Criaturas miserables que se han creído con derecho a todo y, lo que es peor, se han tenido por encima de la Inteligencia Infinita de la Creación…
Otro autor que interiormente me ha “chocado” con sus teorías y sus exposiciones es James Churchward. En su obra Mu, energía cósmica propone lo que le llevó muchos años de estudios de antiguos símbolos… Churchward llega a la conclusión de que nuestro Sol es quien nos marca los Ciclos con sus bombardeos de energía.
La Nueva Humanidad, a la cual estamos abocados, poseerá la Consciencia necesaria para que absolutamente Tod@s tengamos acceso al Conocimiento… Estamos abocados a esa Hermandad que ha sido y está siendo diseñada por la Ley Cósmica cuyo hacedor es ese algo desconocido al que llamamos Creador o dios… pero, pero que en el fondo, más nos valdría nombrarlo como lo Innombrable porque no nos es, sencillamente, abarcable tan siquiera en su teramillonésima parte atómica de lo que Es.